(Obituary in Spanish)
by Carmen Julia Rodríguez Torres
En estos tiempos interesantes, tendemos a no contar aquellos que sucumben a enfermedades distintas al COVID-19 como el cáncer. Mi querida hermana, María Eugenia Rodríguez Torres, da un rostro único a esas otras estadísticas. No solo único porque era una hija amorosa y una madre ejemplar, sino más conmovedor aún porque era una guerrera en las trincheras de la batalla contra el virus, a menudo fatal. No, no era médico; aunque, si le preguntas a sus amados hijos, Javier Orlando, Juan Jesús, Bryant Javier y Alexander Javier, no había otro mejor. No, no era enfermera; aunque para nosotros, su padre Don Jesús y sus hermanos Epi, José Valentín, Jesús Manuel y yo, simplemente no había una mejor en el Universo. Ella era auditora financiera; la que se tomaba la molestia de sumar, restar y documentar el costo para que las compañías de seguros pagaran lo debido en el tiempo debido. Y así lo hicieron... sin chistar. Quién hubiera imaginado que la niña de los ojos soñadores y enamorada del mar crecería para ser una madre protectora, una auditora financiera implacable, una amiga de inquebrantable confianza.
Aprendió su oficio asistiendo a nuestro padre. Un contador sin entrenamiento formal
en informática, Don Jesús, con la ayuda de un amigo, comenzó a hacer su trabajo ayudado
por un viejo modelo de computadora, el que se alimentaba con fichas ... ¡esos eran los tiempos! Animada por uno de los colegas de nuestro padre, la niña fue a la universidad y consiguió al graduarse un trabajo en el Banco Santander. Luego se convirtió en auditora financiera y finalmente trabajó como directora de finanzas y operaciones en el Guaynabo Medical Mall. Largas horas de dedicación y logros. El cáncer que afligió primero su tiroides, luego su mama y finalmente, su hígado no la detuvo para nada. Mientras lo batallaba, asistió al matrimonio de dos de sus hijos y apoyó la educación universitaria a los otros dos. Cuando los médicos le decían que estaban aprendiendo mucho de su caso, ella les pedía que por favor deletrearan bien su nombre en caso de que sus informes fueran citados en los cursos de medicina.
Sus amigos y colegas tienen muchas historias que contar sobre su diaria labor. Sin embargo, su mayor logro no fue profesional. María Eugenia dio luz a este mundo al dar a luz cuatro hermosos robles que con sus sueños, trabajo duro y determinación nos libran a diario del caos. Así es; porque “donde no hay visión, el pueblo perece…” (Proverbios 29:18). Sus hijos son la materialización de sus aspiraciones de un futuro mejor. Son la encarnación de sus sueños. Son los guerreros que ella nos deja para garantizar que su jornada de vida, de trabajo y de AMOR no ha sido en vano.
Por eso, hermanos y hermanas, celebremos su paso al reino del cielo; no podría decirlo mejor que el mensaje que nos dejó a los que nos quedamos en esta tierra:
Cuando tenga que irme por un tiempo, por favor, no estés triste...
No alimentes tu soledad con días vacíos,
más bien llena cada hora con trabajo útil...
Extiende tu mano para animar a otros...
que yo extenderé la mía para darte ánimos...
No temas a la muerte porque
te espero en el CIELO...
Gracias Dolly, la llamábamos así, gracias por tu vida, por haber sido una BENDICIÓN para todos los que te conocieron. Hasta que nos encontremos de nuevo…
ÉL limpiará toda lágrima de sus ojos.
No habrá más muerte ni
duelo ni llanto ni dolor,
pues el viejo orden de las cosas
ha pasado…
(Apocalipsis 21: 4)